Este día no es solo una fecha en el calendario. Es un recordatorio urgente de la batalla por la dignidad humana. Es un grito colectivo que afirma que el Estado no debe tener el poder de quitar la vida a un ser humano. Jamás.La pena capital es el castigo más irreversible que existe. Un error judicial, que los hay, se convierte en una tragedia eterna. No hay vuelta atrás, no hay compensación posible para una vida arrebatada. Se cierra un caso judicial, pero se abre un abismo de dolor imborrable para las familias, y se mancha la conciencia de toda una sociedad que permite semejante acto.Se argumenta que es una solución, un castigo ejemplar. Pero la evidencia nos muestra una verdad distinta y contundente: la pena de muerte no disuade el crimen más que otras penas severas. Al contrario, nos brutaliza. Nos enseña que la respuesta última ante la violencia es más violencia. Que el ciclo del daño solo se rompe con más daño. Y eso es una mentira peligrosa.Al aplicar la muerte como sentencia, el Estado se rebaja. Se equipara al criminal en el acto más extremo. Renuncia a su deber superior de proteger la vida y de educar en la justicia, no en la venganza. La verdadera justicia debe ser reparadora, debe buscar la rehabilitación donde sea posible y, sobre todo, debe salvaguardar la inviolabilidad de la vida humana.Miramos al mundo y vemos que la tendencia es la abolición. Cada vez más países dan el paso valiente de eliminar este castigo de sus leyes. Entienden que un sistema penal moderno y humano no puede tener como pilar la ejecución. Que el progreso de una sociedad se mide por cómo trata a sus miembros más vulnerables, incluso a aquellos que han cometido las faltas más graves.Hoy pensamos en los condenados. En sus nombres, en sus historias. En la angustia de esperar una fecha de muerte. Pensamos también en las víctimas del crimen original, cuyo dolor profundo y legítimo merece una compasión que la pena de muerte no puede saciar. La verdadera paz para ellos no llega con otra muerte, sino con un apoyo firme y una justicia que sane, no que incendie más el rencor.Este día es, por encima de todo, un llamado a la humanidad. A creer en la redención. A confiar en que la sociedad puede protegerse a sí misma sin replicar la barbarie que dice combatir. Es una afirmación de que la vida, toda vida, tiene un valor inherente que ninguna ley puede anular.Soñamos con el día en que este “Día Mundial contra la Pena de Muerte” sea solo un recordatorio histórico de una práctica superada. Mientras tanto, nuestra voz no se cansará. Seguiremos alzándola, con convicción y con paz, hasta que en ningún rincón del mundo un gobierno crea tener el derecho de decidir sobre la vida o la muerte de una persona.
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