Cuando hablamos de personas sin hogar, es fácil que nuestra mente dibuje una imagen genérica, un estereotipo. Pero detrás de esa etiqueta hay algo mucho más profundo y complejo. No hablamos de un problema, hablamos de personas. Personas con nombres, con historias, con sueños rotos y, en muchos casos, con una resiliencia que desafía nuestra comprensión.El sinhogarismo es la punta del iceberg de un sistema que falla. Es la consecuencia última de una cadena de desgracias. Una enfermedad inesperada, la pérdida de un empleo, una ruptura familiar traumática, una adicción, una deuda imposible de pagar. Son grietas por las que una persona se puede caer cuando no hay una red de seguridad que la sostenga.Vivir en la calle no es solo carecer de un techo. Es la vulnerabilidad constante. Es el frío que cala los huesos en invierno y el calor asfixiante en verano. Es la búsqueda diaria de un baño, de un lugar seguro para dormir sin que te molesten o te roben lo poco que tienes. Es la invisibilidad. La mirada que esquivas, la gente que cruza la acera para no pasar a tu lado. Esa invisibilidad es una de las heridas más profundas, porque te convierte en un fantasma, en alguien que parece no importarle a nadie.Pero hoy, en este día, los hacemos visibles. Recordamos que son nuestros vecinos. Que son hijos, hijas, padres, madres. Que tuvieron una vida antes de la calle, y que merecen una vida después de ella.La solución no es simple. No basta con un plato de comida caliente o un albergue para la noche, aunque sean gestos vitales y necesarios. La solución requiere un enfoque integral. Necesitamos políticas de vivienda accesible, sistemas de salud mental robustos y accesibles, programas de reinserción laboral reales, y prevención para que nadie más tenga que llegar a ese punto de desesperación.También requiere un cambio en nuestro corazón. Dejar de lado el prejuicio y el miedo. Comprender que la circunstancia de vivir en la calle no define el valor de una persona. Un simple saludo, una mirada directa, un buenos días, puede ser un rayo de humanidad en un día de oscuridad. Pequeños gestos que reconozcan su existencia, su dignidad.Este día nos interpela. Nos pregunta qué tipo de sociedad queremos ser. ¿Una que barre sus problemas debajo de la alfombra, o una que se inclina para levantar a quien ha caído? La verdadera medida de nuestro progreso no se ve en los rascacielos más altos, sino en cómo tratamos a los más débiles, a los que no tienen nada.Hoy es el día para alzar la voz por quienes han sido silenciados. Para recordar que un hogar es mucho más que cuatro paredes. Un hogar es un refugio, es privacidad, es seguridad, es el lugar desde donde se reconstruye una vida. Trabajemos juntos, desde lo individual y lo colectivo, para que ese derecho fundamental deje de ser un privilegio y se convierta en una realidad para todos.
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