Piensa por un momento en lo primero que viste al despertar. Quizás fue la luz filtrándose por la ventana, el rostro de un ser querido, la pantalla de tu teléfono o las páginas de un libro. Nuestra vida está tejida con imágenes. Los colores de un atardecer, la expresión de alegría en los ojos de un niño, la letra pequeña de un contrato, la belleza de un paisaje, la señalización en la carretera que nos guía a casa. La visión es el sentido que más nos conecta con el mundo. Es nuestro mapa, nuestra brújula, nuestra fuente de belleza y de conocimiento.Pero hoy no es solo un día de celebración, es también un día de reflexión. Porque en este mismo instante, en nuestro mundo, millones de personas ven a través de una niebla perpetua. Para ellas, el mundo es una silueta borrosa. Otras viven sumidas en una oscuridad total, donde los rostros son voces y los paisajes son sonidos y recuerdos.Es fácil pensar que los problemas de la visión afectan solo a unos pocos, a personas lejanas. La realidad es tozuda y nos dice otra cosa. Globamente, más de dos mil doscientos millones de personas padecen alguna deficiencia visual o ceguera. Y de todos estos casos, se estima que más de mil millones podrían haberse evitado. Sí, haberse evitado. Con un diagnóstico a tiempo, con unas gafas correctas, con una simple operación de cataratas que en muchos países es inaccesible.Detengámonos en esa cifra. Mil millones. No es un número abstracto. Son mil millones de historias. Mil millones de niños que no pueden ver la pizarra en la escuela y son etiquetados como poco aplicados. Mil millones de adultos que no pueden trabajar para mantener a sus familias. Mil millones de abuelos que han perdido la independencia. Es una cadena de limitaciones que frena el desarrollo de comunidades enteras y oscurece el potencial humano.La ceguera evitable es una de las injusticias más silenciosas de nuestro tiempo. Porque mientras nosotros debatimos sobre la última tecnología en pantallas, hay quien no tiene acceso a unas lentes que cuestan menos que un par de zapatos. Mientras nos quejamos de tener que entrecerrar los ojos para leer un letrero, hay quien pierde lentamente la vista por una diabetes que no fue controlada a tiempo.¿Qué podemos hacer ante una realidad tan vasta? La respuesta no es bajar los brazos, sino todo lo contrario. La primera acción, la más poderosa, es tomar conciencia. Reconocer que el derecho a ver es un derecho fundamental. La segunda es la prevención. Hoy es un buen día para preguntarnos: ¿Cuándo fue la última vez que me revisé la vista? ¿Sé si mis padres, mis hijos, mis amigos, se han hecho una revisión ocular recientemente? Un examen visual regular es un acto de responsabilidad con uno mismo y con los que dependen de nosotros.Y la tercera acción es la solidaridad. Apoyar a las organizaciones que luchan contra la ceguera evitable es extender la luz a los rincones más oscuros. Son ellas las que operan de cataratas en comunidades rurales, las que distribuyen antibióticos para curar el tracoma, las que forman a oftalmólogos locales y proveen de gafas a quienes no pueden comprarlas. Cada donación, por pequeña que sea, es una semilla de visión. Es devolverle a un niño la capacidad de leer, a un padre la capacidad de trabajar, a un anciano la dignidad de valerse por sí mismo.Hoy, en el Día Mundial de la Visión, cerremos los ojos por un instante. Sintamos la oscuridad, esa quietud forzada. Ahora, abrámoslos de nuevo. Miremos a nuestro alrededor con una nueva mirada, con gratitud y con propósito. Aprovechemos la claridad de nuestra vista no solo para admirar el mundo, sino para actuar. Para asegurarnos de que este don, tan básico y tan profundo, llegue a todos los ojos del mundo. Porque el derecho a ver es, en esencia, el derecho a vivir una vida plena. Que nuestra mirada no sea solo un privilegio, sino también una herramienta para el cambio.
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