Hoy celebramos el Día Internacional del Lenguaje Claro. Una fecha para recordar que las palabras, cuando son claras, nos unen. Que la comunicación no es un lujo, sino un puente fundamental entre las personas y sus instituciones, entre los ciudadanos y sus derechos, entre las ideas y la acción.A menudo, nos encontramos perdidos en un mar de papeles, de sitios web, de mensajes oficiales. Textos largos, enredados, llenos de tecnicismos que solo unos pocos entienden. Frases que dan vueltas y más vueltas sin llegar a ningún lado. Es como si nos hablaran en un código secreto, un idioma dentro del idioma, diseñado no para informar, sino para confundir. Ese laberinto de palabras innecesarias tiene un nombre: la burocracia. Y su consecuencia es el distanciamiento. La gente se cansa, se frustra, y al final, desiste. Renuncia a un trámite, abandona una solicitud, o simplemente deja de confiar.El lenguaje claro se levanta como una respuesta necesaria, casi un acto de justicia. No se trata de simplificar las ideas hasta hacerlas triviales. No es un lenguaje para niños. Se trata de respeto. Es la convicción de que cualquier información, por compleja que sea, puede expresarse con precisión, orden y sencillez. Es escribir y hablar pensando siempre en quien escucha. En esa persona que tiene el derecho de entender.¿Y cómo es este lenguaje claro? Es directo. Va al grano desde el principio. Usa palabras comunes, de la vida diaria, a menos que el tema exija un término específico, que entonces se explica. Construye frases cortas, con un verbo fuerte que denote acción. Organiza la información de manera lógica, con títulos que anuncien lo que viene, con listas que ayuden a visualizar los pasos. Es un lenguaje que no da rodeos. Que dice debe pagar el impuesto en lugar de queda sujeto a la obligación tributaria de realizar el abono correspondiente. Es transparente. Es humano.Los beneficios son inmensos. Imaginen una ley que todos pueden comprender sin necesidad de un traductor jurídico. Un contrato que las dos partes entienden plenamente antes de firmar. Un formulario que se llena en minutos, no en horas. Un prospecto médico que explica un tratamiento con palabras que calman y orientan. Esto ahorra tiempo, dinero y, lo más importante, evita errores, malentendidos y angustia.El lenguaje claro democratiza el conocimiento. Empodera a las personas porque les da las herramientas para tomar decisiones informadas sobre su salud, sus finanzas, su futuro. Fortalece la democracia, porque un ciudadano que comprende puede participar de verdad. Y humaniza las relaciones, porque demuestra que quien escribe o habla ha tenido la consideración de ponerse en el lugar del otro.Por supuesto, adoptar el lenguaje claro requiere esfuerzo. Exige que revisemos nuestros hábitos, que desafiemos la falsa elegancia de lo complicado. Es un ejercicio de humildad, donde el éxito no se mide por lo sofisticado que suena el texto, sino por lo bien que fue entendido.Hoy es un día para comprometernos. Para que los gobiernos, los abogados, los médicos, los periodistas, los ingenieros, los maestros, todos nosotros, asumamos esta responsabilidad. Hagamos de la claridad un valor central en nuestra comunicación. Porque al final, el lenguaje claro es mucho más que una técnica. Es una actitud. Es la voluntad de tender puentes con palabras. Es la decisión de construir una sociedad donde entender no sea un privilegio, sino un derecho garantizado para todos.
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