Buenos días a todos. Hoy nos reunimos para conmemorar el Día Nacional de la Patagonia. Una fecha que nos invita a volver la mirada hacia ese sur inmenso, hacia esa tierra de horizontes infinitos que late con fuerza en el corazón de nuestra identidad.La Patagonia no es solo un lugar en el mapa. Es una geografía del alma, un territorio de leyendas tallado por el viento y el hielo. Hablar de la Patagonia es evocar la inmensidad de la estepa, donde el cielo se despliega como un manto interminable y el silencio tiene un sonido propio. Es recordar la majestuosidad de los Andes, con sus picos nevados custodiando lagos de un azul profundo. Es sentir la bravura del océano Atlántico golpeando contra los acantilados, y la pureza gélida de los glaciares, esas catedrales de hielo en constante y lento movimiento.Pero esta tierra, hoy tan nuestra, tiene una historia de encuentros y desencuentros. Durante siglos, fue el hogar de pueblos originarios que supieron descifrar sus secretos y convivir con su dureza y su belleza. Los tehuelches, con su estatura legendaria, recorrieron la meseta siguiendo los ciclos de los guanacos. Los mapuches, con su rica cultura, impregnaron la región de sus tradiciones y su lengua. Ellos fueron los primeros en nombrar estos ríos, en cruzar estas pampas, en entender el mensaje del viento.El día que hoy recordamos, el 11 de octubre, marca un hito fundamental. Corría el año 1878 cuando por ley se creó la Gobernación del Territorio Nacional de la Patagonia, con su capital en Mercedes de Patagones, lo que hoy es Viedma. Este acto no fue solo una demarcación administrativa. Fue una afirmación soberana, un abrazo legal y afectivo que integró definitivamente esta vastedad a la Nación Argentina. Fue el reconocimiento de que nuestro país no terminaba en el Río Colorado, sino que se extendía, con toda su potencia, hasta el confín del continente.Desde entonces, la historia de la Patagonia se enriqueció con nuevas páginas. Llegaron los inmigrantes, esos hombres y mujeres de piel curtida y esperanzas a cuestas. Galeses que soñaron con un valle fértil junto al mar, y con su esfuerzo hicieron florecer la colonia de Trelew. Chilenos, árabes, españoles, italianos, que se mezclaron con los habitantes ancestrales, tejiendo un crisol de culturas único. Llegaron los trabajadores de los frigoríficos, los peones rurales, los buscadores de oro, los ferroviarios. Cada uno aportó su sudor, su fe, su nostalgia, para construir la Patagonia diversa y pujante que conocemos.Hoy, la Patagonia es sinónimo de energía, con sus yacimientos de petróleo y gas que impulsan el desarrollo del país. Es sinónimo de frutos dulces en el Alto Valle, de lana fina en las ovejas de la meseta, de tecnología en las ciudades que miran al futuro. Es el imán turístico que atrae al mundo con sus ballenas franca en Península Valdés, con el cerro Fitz Roy desafiando las nubes, con el Parque Nacional Los Alerces y sus bosques milenarios.Conmemorar el Día Nacional de la Patagonia es, entonces, un acto de memoria y de compromiso. Es honrar a sus primeros pobladores. Es reconocer el coraje de aquellos que emprendieron la ardua tarea de la organización nacional. Es valorar el trabajo silencioso de generaciones que hicieron de esta tierra su hogar.Pero también es una responsabilidad. La Patagonia, en su inmensidad, es frágil. Su ecosistema único nos interpela y nos exige un compromiso con su conservación. Es un legado que no nos pertenece, sino que lo tenemos en custodia para las generaciones que vendrán. Cuidar sus recursos, respetar sus culturas, preservar su belleza agreste, es el mejor homenaje que podemos brindarle.Que este día nos encuentre, no solo con la mirada puesta en el pasado, sino con la determinación de construir un futuro a la altura de su grandeza. Un futuro de progreso inclusivo, de raíces firmes y de horizontes limpios para todos los que habitamos este rincón extraordinario del planeta.
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